jueves, 17 de octubre de 2013

Es peligroso no obedecer a papá...

      Pobre Ícaro, ahí, caído, con las alitas intactas pero las extremidades rotas ante el templo de la Concordia de Agrigento. Un escultor moderno te ha trasladado hasta Sicilia, donde desde luego podrán verte muchos más caminantes que bajo las aguas del mar al que diste el nombre, junto a la bella Icaria.


Ícaro (Foto: Rosa Mariño)

         Dédalo, tu padre, no paraba de inventar. Había construido el Laberinto, para que el rey Minos alejara de la vista de los hombres al monstruoso hijo que su mujer, Pasífae, había concebido con un toro y tenía parte de humano y parte de bestia, el Minotauro. Antes, había preparado una vaca de madera para que la reina lograra ser objeto de la atención del toro del que ella se había enamorado (una sofisticada venganza de Posidón, deseoso de castigar a Minos por no haberle ofrecido un sacrificio que le había prometido), y  dicen que además le dio a Ariadna el ovillo que permitiría a Teseo salir del Laberinto tras haber matado al Minotauro. Minos debía de estar ya harto de tu padre  cuando, tras huir juntos su hija Ariadna y Teseo, os encerró a los dos allí dentro. Y a tu padre se le ocurre que la mejor forma de escaparse es fabricando dos pares de alas, con las plumas pegadas con cera, y te advierte que no vueles ni demasiado bajo ni demasiado alto. Hay que comprender que, demasiado entusiasmado con semejante experiencia, intentaras subir tanto que el sol derritió la cera de tus alas y caíste al mar, perdiendo la vida. Cerca de una isla, a la que tu padre llamó Icaria, antes de seguir su camino hacia Sicilia.
         Esta versión es mucho más poética que la que pretende que eras, simplemente, un mal navegante (porque nadie se cree lo de que un hombre vuele con alas artificiales) y te habías ahogado,  en soledad, buscando a tu padre, o en tu propia barca, detrás de la de Dédalo.

           ¿Y dónde estaba la madre protectora que esperaríamos a tu lado, como Tetis con Aquiles, o Dánae con Perseo? A saber. Como era una esclava, nadie se acuerda de ella.

            De todas formas, morir por desobedecer a un adulto (ser un joven rebelde, con o sin causa) queda mucho mejor que perecer por patoso (no saber manejar la vela, o, peor aún, caerse al agua al intentar saltar a tierra).

              Ícaro, no reniegues nunca de tus alas.
            
           

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