miércoles, 26 de febrero de 2014

Ocho estilismos para el rey de los disfraces

         ¿Quién sino Zeus se lleva la palma a la hora de que nadie lo reconozca, sin necesidad de que sea Carnaval? No le cuesta trabajo como dios que es cobrar el aspecto que desea, y  lo hace para satisfacer sus impulsos sin tener que dar muchas explicaciones.  A su lado, ni  Heracles vestido de Ónfale (y Ónfale de Heracles) ni Aquiles con ropa de chica en la corte de Licomedes tienen nada que hacer. Aquí le vemos haciendo gala de gran imaginación con ocho modelos diferentes:

  De toro (Zeus y Europa)

                           










   De cisne (Zeus y Leda)












De águila (Zeus y Ganimedes)


             













De niebla (Zeus e Ío)

















De lluvia (Zeus y Dánae)











De virginal  Ártemis (Zeus y Calisto)














De sátiro (Zeus y Antíope

 










De marido ajeno (Zeus y Alcmena)

viernes, 14 de febrero de 2014

¿No amaba tanto Odiseo a su Penélope?

Las cosas a veces no son lo que parecen.

Después de llevar convencidos tantísimo tiempo de que Odiseo en realidad amaba a su esposa (aunque de vez en cuando pareciera olvidársele su existencia) y de que estaba muy seguro de lo que hacía al rechazar el ofrecimiento de Calipso de convertirle en inmortal a cambio de quedarse con ella en Ogigia y renunciar a volver a su patria junto a la fiel Penélope, hemos tenido conocimiento de una carta que echa por tierra nuestras creencias. Y el que la ha filtrado es un tal Luciano, que asegura haber visitado la luna en barco, residido en el interior de una ballena, zampado a placer en una isla de queso y vivido a cuerpo de rey durante seis meses y medio en la Isla de los Bienaventurados, allá, en el otro mundo, por gentileza del cretense Radamantis.

Así reza la misiva que Odiseo le ha entregado en secreto, a escondidas de Penélope, para que se la lleve a Calipso a Ogigia:

“Odiseo saluda a Calipso. 

Sabrás que, después de alejarme de ti en la balsa que me había fabricado, me encontré con un naufragio del que me salvé a duras penas gracias a Leucótea y fui a parar al país de los feacios, los cuales me enviaron a mi patria, donde encontré a muchos pretendientes de mi mujer juergueándose en mi palacio. Los maté a todos y más tarde fue Telégono, el hijo que tuve con Circe, quien me mató y ahora estoy en la isla de los Bienaventurados arrepintiéndome mucho de haber abandonado la vida que tenía a tu lado y la inmortalidad que me ofrecías, pero en cuanto encuentre ocasión, me fugaré y llegaré hasta ti.”


Sólo faltaría que Calipso aún recuerde a su antiguo amante y esté dispuesta a recibirle con los brazos abiertos... Aunque así Penélope podría escoger con mejor criterio entre los muchísismos pretendientes que tuvo en el palacio a alguno que le gustara, y recuperar los años perdidos teje que teje...

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Luciano, Relatos Verídicos II 35 (traducción de Carlos García Gual, Alianza Editorial 1998)

miércoles, 12 de febrero de 2014

Dos leones, tres manzanas y un jabalí: Atalanta, Meleagro e Hipómenes

      El mito de Atalanta ejemplificaba, para los griegos,  lo que ocurre cuando cuando una joven se niega a aceptar una institución básica que define la condición de los seres humanos en el mundo instaurado por Zeus: el matrimonio. Ella opta por vivir en un espacio masculino. La actitud atípica y rebelde de un adolescente (varón o mujer) no puede acabar bien.   


       Atalanta fue abandonada de niña en el monte Partenio (nombre relacionado con el término griego párthenos, “virgen”) por un padre (el arcadio Yaso o el beocio Esqueneo, emigrado a Arcadia, según diferentes versiones) que sólo quería hijos varones. Una osa la amamantó y se crió entre cazadores. Se dedicaba a la caza, sabía defenderse sola (mató a dos centauros que intentaron violarla), veneraba a la virginal Ártemis y no deseaba en absoluto casarse, a diferencia de lo que se esperaría de una mujer. 

     Cuando Atalanta tuvo noticia de que se estaban concentrando en el palacio de Eneo, rey de Calidón, un gran número de héroes para dar caza a un monstruoso jabalí que había enviado por Ártemis,  ella también se dirigió allí.  A muchos de los presentes les disgustaba que participara en la cacería una mujer, pero Meleagro, el hijo del rey, ya se había enamorado de ella y ansiaba tener un hijo de tal madre, aunque estuviera casado.

     Después de pasar nueve días disfrutando de la hospitalidad del Eneo, los cazadores congregados en Calidón partieron en busca del jabalí.  Atalanta fue la primera en alcanzarle con una flecha; el segundo en herirle, esta vez en un ojo, fue Anfiarao y el que le remató a cuchillo fue Meleagro, haciéndose de esta manera merecedor de los despojos del animal como trofeo. Pero Meleagro se los entregó de buen grado a Atalanta, por lo que los tíos de aquél se enfurecieron al considerarse, como parientes más próximos, dueños del trofeo en caso de que su sobrino renunciase a ese honor. Meleagro, furioso, los mató y este hecho provocó su propia muerte: en efecto, a poco de nacer, las Moiras (diosas del destino) habían vaticinado a Altea, su madre, que el niño viviría en tanto no se consumiese del todo un tizón que ardía en el hogar. Altea lo retiró rápidamente, lo enfrió y lo guardó en un cofre, pero al enterarse de lo que su hijo había hecho a sus hermanos (tíos del joven), echó al fuego el tizón. Meleagro murió y Altea, arrepentida, dio fin a su vida ahorcándose.

       Atalanta fue acogida, ahora sí, en la casa de su padre, pero seguía resistiéndose al matrimonio (el motivo no está claro: ¿por imitar a Ártemis?, ¿por temor a un oráculo que le advertía que acabaría mal?), y retaba a sus pretendientes a una carrera, en la que les daba ventaja, pero con la condición de que si perdían, ella los mataría con una lanza, tal como hizo con muchos jóvenes. Pero cuando se presentó como candidato  Hipómenes (o Melanión, un primo hermano de Atalanta), el joven llevaba las manzanas de oro del santuario de Afrodita en Chipre -o del Jardín de las Hespérides, regalo de la diosa Gea a Hera. Las manzanas son el engaño con que Afrodita responde a la violencia guerrera de Atalanta. Cada vez que la cazadora iba alcanzarle en la carrera, Hipómenes tiraba una manzana que ella se paraba a recoger. Así la venció (tal vez ella se dejó vencer, al gustarle el pretendiente) y se convirtió en su esposo.



       Pero Atalanta seguía sin encerrarse en casa, y  pasaba el tiempo en el monte, con su esposo, dedicados ambos a la caza, hasta que cometen el error de mantener relaciones sexuales en el interior de un templo de Cibeles (o de Zeus). Por eso recibieron el castigo de ser transformados en leones (símbolo de la frialdad sexual). Pero gracias a esta metamorfosis (que no aparece antes de Ovidio) su fama trasciende fronteras, de tan fotografiados que son en Madrid tirando del carro de la diosa  en el centro de la plaza que lleva su nombre y asociados a las victorias de cierto club de fútbol de la capital.



viernes, 7 de febrero de 2014

De lobos, osas y astros: Calisto, Árcade y Licaón

      Árcade fue el hijo que Zeus tuvo con una de las compañeras de Ártemis, Calisto, a la que, según algunas versiones, la diosa  convirtió en osa como castigo por la pérdida de su virginidad (aunque Apolodoro III 8 afirma que fue el propio Zeus quien la transformó, para que Hera no se enterase de lo que había sucedido). Calisto no había accedido de buen grado a los deseos de Zeus, sino que había sido víctima de un engaño del dios, pero, por un motivo u otro, no pudo criar a su hijo, sino que éste fue confiado a la ninfa Maya, la madre de Hermes.

Diana y Calisto (P.P. Rubens, Museo del Prado)


      Cuando Árcade ya era mayor, intentando cazar una osa que se había refugiado en el templo de Zeus Liceo (en el monte Liceo, en Arcadia, donde se sitúa a veces el nacimiento de Zeus), Árcade penetró en el lugar sagrado, sin saber que a quien perseguía era a su propia madre metamorfoseada. Por realizar una acción prohibida, entrar al templo, ambos debían morir. Para evitarlo,  Zeus los transformó: a Calisto, en la Osa Mayor y a Árcade en Arturo (Arktoûros),  el “guardián de la osa” (en griego árktos significa "oso" u "osa"), la estrella más brillante de la constelación del Boyero.





       Ovidio (Metamorfosis II 400 ss.) atribuye a Juno (Hera) la transformación de Calisto en osa, tras el nacimiento del niño, y narra que cuando Árcade tenía quince años, encontró a la osa y, sin saber que era su madre, estaba a punto de matarla cuando Júpiter (Zeus) los convirtió en constelaciones cercanas, suscitando la cólera de su esposa.

      Las metamorfosis en la familia no eran novedad: según algunos autores, Calisto era hija del rey arcadio Licaón. Como este insolente mortal deseaba saber si Zeus (que se le había aparecido con aspecto humano para poner a prueba su comportamiento) sabía o no todo lo que ocurría,  sirvió (el propio Licaón o, según otros, sus impíos hijos) al dios para comer un guiso hecho con los miembros despedazados de Árcade, pero Zeus, naturalmente, se dio cuenta de la argucia, derribó la mesa, fulminó la casa de Licaón (hijos incluidos, excepto el pequeño) y lo transformó en lobo (OvidioMetamorfosis I 231 ss.; según Pausanias, VI 8,2 y VIII 2,6 Licaón sacrificó un niño recién nacido sobre el altar de Zeus Liceo). Luego, el dios reunió los miembros de Árcade y le devolvió a la vida (historia que recuerda la del hombro de marfil restituido a Pélope, troceado y servido a los dioses por Tántalo, su padre, y que únicamente logró engañó a Demeter). 

 Júpiter y Licaón ( J. Cossiers, Museo del Prado)


       Relacionado con el mito de Licaón (cuyo nombre se ponía en relación con el término lýkos, “lobo”) y el templo de Zeus Liceo (relacionado con el mismo término) en Arcadia  existía la creencia de que allí se practicaban sacrificios humanos y los asistentes “comulgaban”  con las entrañas de las víctimas. Se convertían entonces en lobos y la única manera de recuperar su primitiva forma abstenerse de comer carne humana durante ocho años. Sin embargo, la arqueología no ha encontrado allí restos de víctimas humanas.
          

     Heródoto (Historia IV 105, 2) transmite la creencia  extendida entre los escitas y los griegos establecidos en Escitia (que a él, por cierto, no le convence) de que todo neuro (pueblo que vivía al norte del Mar Negro, entre el Dniéper y el Dniéster) se convierte una vez al año en lobo durante unos días y luego recobra su forma primitiva. Se ha interpretado esta noticia como eco de una ceremonia (posiblemente, un rito de iniciación) en la que los hechiceros y sus ayudantes se cubrirían con pieles y máscaras de lobo. También Platón (República 565d) relaciona con el santuario de Zeus Liceo de Arcadia la historia que afirma que quien ha probado vísceras humanas troceadas entre las de otras víctimas se convierte en lobo.