sábado, 8 de marzo de 2014

Mujeres y matrimonio (un largo camino hacia la emancipación)

    Pánope es una esposa cansada de la relación que su marido mantiene con una prostituta del Pireo, y está dispuesta a regresar a casa de su padre para que él denuncie al infiel por su mal comportamiento. Así se lo hace saber en una carta:
    

      De Pánope a Eutibulo:

         Eutibulo, cuando tú me tomaste por esposa yo no era una mujer marginada ni de oscuro origen, sino, por el contrario, el fruto de unos dignos progenitores. Ellos concertaron contigo un compromiso matrimonial de su hija y heredera para la procreación de hijos legítimos. Pero tú, por darle gusto a la vista y haberte entregado a todo género de placeres amorosos, me has deshonrado a mí y a nuestras hijas, y te has enamorado de una extranjera a quien acogió el Pireo para desgracia de sus amantes. Tú, deseando desplazar a codazos a tus rivales, le envías algún objeto de oro, ya que tienes constancia de que eres demasiado maduro para ella y de que estás casado desde hace muchos años, así como de que eres el padre de unas hijas que no son precisamente unas niñas pequeñas.
       Deja de ser un libertino y un mujeriego. En caso contrario, has de saber que me marcharé a casa de mi padre, quien, por supuesto, no me mirará con malos ojos y te denunciará ante la justicia por malos tratos.


Mesembría (Imagen: R. Mariño CC BY NC ND)



          El texto anterior, ficción literaria, es un extracto de una de las Cartas de Alcifrón, pero podría haber correspondido a un caso real: en el siglo II a.C. una mujer podía pedir cuentas al marido por su mal comportamiento conyugal, pero en la Atenas del siglo V a. C.  sólo se conocen tres casos de divorcios instados por esposas, en cuyo caso era necesaria la mediación del padre o de un pariente varón.  Hipareta, la esposa del noble Alcibíades, se hizo famosa por marcharse de casa y pedir el divorcio al magistrado al que debía recurrir, pero el caso terminó cuando él la recondujo a casa a la fuerza sin que nadie lo evitara. En esta época, las mujeres estaban siempre bajo la custodia de un hombre: padre, marido, hijo, pariente varón o tutor. Un padre podía disolver el matrimonio de su hija, ya que lo que se tenía en cuenta a la hora de concertar un matrimonio eran razones de índole política o económica, y no era extraño que los novios se conocieran el día de la boda. Y en las familias poderosas de Atenas, era frecuente el matrimonio entre parientes. Así, todo quedaba en casa.



Metaponto (Imagen: R. Mariño, CC BY NC ND)
         En época helenística, y en algunas ciudades, ya muchos matrimonios se hacían por deseo de ambos contrayentes y era posible que la mujer se divorciara y  que los hijos permanecieran con la madre, aunque el padre debía mantenerlos, ya que era él quien solía quedarse con las propiedades comunes. Una mujer podía incluso hacer constar en el contrato matrimonial la prohibición de traer al hogar una segunda esposa, o una concubina o amante joven, tener hijos con otra mujer, etc. El mundo empezaba a ser distinto, y en ciudades como Esparta había muchas mujeres ricas, aunque en Atenas ellas seguían sin emanciparse legal o económicamente.


    Dos escuelas filosóficas propuganaban la emancipación de la mujer: la epicúrea y la cínica. El ejemplo más notable fue el de la filósofa cínica Hiparquia, la mujer de Crates, que se jactaba públicamente de haber empleado su tiempo en educarse en lugar de trabajar en el telar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario