lunes, 3 de marzo de 2014

Perder la cabeza y conocer mundo...

Realmente, el mío es un destino más triste que glorioso. Aunque todos me conozcáis por el lugar de honor que ostento sobre el pecho de Atenea. Aunque mi hijo resulte muy espectacular en las películas. Preferiría seguirme peinando las serpientes.

Yo vivía muy tranquila con mis dos hermanas en el occidente más remoto, cerca del país de las Hespérides, cuando llegó un joven dispuesto a hacerme perder la cabeza, pero no por sus encantos, sino en sentido literal. Venía volando gracias a unas sandalias aladas préstamo de Hermes, invisible por el casco de Hades que llevaba calado, con un zurrón dicen que de piel de perro y una hoz muy afilada. 

Esteno, Euríale y yo estábamos dormidas. El joven aprovechó mi reflejo en un escudo muy pulido que Atenea sujetaba y me cortó la cabeza sin necesidad de enfrentarse a mi mirada, que le habría dejado petrificado. ¿Qué le había hecho yo a éste para que viniera a por mí? ¡Qué simple es para un mortal realizar hazañas con la ayuda de los dioses! ¡Y matar a la única mortal de las tres hermanas Gorgonas, a Medusa!

Mi embarazo concluyó en ese mismo momento. Por mi cuello salieron al mundo Pegaso y Crisaor, los hijos que concebí con el dios Posidón, a quien mi aspecto agradaba mucho (sobre todo antes de que Atenea convirtiera en serpientes mi bella melena). Pegaso aprovechó para irse volando directito hasta el  Olimpo para lo que Zeus mandara; Crisaor venía ya armado con una espada de oro. Mi joven asesino, un tal Perseo, levantó mi cabeza dejando que cayeran al suelo gotas de sangre que poblaron de serpientes las arenas del desierto. Guardó con cuidado la sangre que brotaba de mi vena izquierda porque era un veneno mortal, y la de mi vena derecha porque resucitaba a los muertos, y finalmente metió la cabeza entera en el saco que llevaba. Mis hermanas no pudieron perseguirle, porque era invisible...



Perseo volaba hacia el este, sobre Etiopía, cuando vio en lontananza una bella joven a punto de ser devorada por un monstruo marino. Se enamoró de ella en el acto y consiguió que su padre se la entregara como esposa si le salvaba la vida. Resultó muy fácil librarse del bicho con todas las armas que llevaba, incluída mi cabeza, que seguía petrificando a quien mirara. Así fue como Perseo continuó su viaje en compañía de la joven Andrómeda... y de mi cabeza. Llegamos, al fin, a la isla de Sérifos. Perseo me introdujo en una sala del palacio del tirano Polidectes, que celebraba una fiesta con sus amigos, y me sacó del zurrón. Resultado: unos cuantos hombres más convertidos en piedra. Luego me enteré de que lo había hecho para librar a su madre, Dánae, de convertirse en esposa a la fuerza del malvado Polidectes. 

Yo me temía un nuevo viaje, porque Perseo y familia querían ahora regresar a su patria de origen, a Argos. Si  Dánae y Perseo se encontraban en la isla era porque el padre de Dánae, Acrisio, no quería tener nietos, porque si nacía uno, acabaría muriendo a sus manos. Para evitar la posibilidad de un embarazo, Acrisio encerró a Dánae en una cámara de bronce, pero Zeus se transformó en lluvia de oro y la dejó encinta. Cuando Acrisio se enteró del nacimiento del niño, ordenó que arrojaran al mar a madre e hijo encerrados en un arcón, pero no se ahogaron, sino que llegaron flotando hasta la bella Sérifos, y allí creció el jovencito que decidió ir en busca de mi cabeza, para que su madre no tuviera que aceptar al tirano de la isla como marido.

Me salvé por poco de acompañarlos (ya casi era como de la familia), pues Atenea se quedó con mi cabeza, y unas veces me lleva en el escudo y otras sobre el pecho. Así le resulta aún más fácil paralizar a sus enemigos. Como si no bastara con su grito de guerra ...



Por cierto que me enteré de que al final el abuelo asesino recibió su merecido: pasado un tiempo -y en tierras lejos de Argos- el disco de un atleta se desvió hacia los espectadores, golpeó por azar a uno y lo mandó al otro mundo. El lanzador era Perseo, y el espectador, Acrisio. Nunca llegaron a conocerse.

Imágenes: Rosa Mariño (CC BY NC ND)


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